domingo, 23 de octubre de 2011

Querida abuela,

Querida abuela, perdoname cuando te grito, cuando te riño o cuando no entiendo lo que piensas. Perdona que me olvide de tu olvido. No te agobiaré con más preguntas de quien soy o si me conoces.

Intento ayudarte, que escuches lo que digo sin pensar que tu no puedes entenderlo. Lo que daría por poder explicarte como veo la psicología y porque me gusta estudiarla de esa manera. Me encantaría estar en tu mundo, en tus 16 que son los que dices que tienes. Me hubiera gustado mucho pasear contigo y el abuelo. En esos paseos que contabais en los que él te cantaba esa canción que tanto tarareaba con tu nombre ("Isabeliiita").

Ay, abuelo, lo que te echo de menos. Lo mucho que te necesita la abuela. Todos. Siempre imagino que te despiertas y la calmas en sus preocupaciones nocturnas, que adormeces sus gritos con un beso y un abrazo: "Isabel, shhh, estoy contigo".

Lo peor de todo ha sido ser realmente consciente de lo que supone tu enfermedad, de que vas desapareciendo poco a poco. El peor "insight" después de descubrir la angustia vital. Casi no he tenido tiempo de decirte que te quiero a pesar de tu extraña (y a veces cruel) personalidad.

Y aquí, a las 4.05 am, estoy sentada a tu lado esperando que te duermas mientras te argumento por qué no me importa que tu dios no me quiera.

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